LAS PARTÍCULAS ELEMENTALES de Michel Houellebecq



Curiosa experiencia la de leer una novela de rabiosa actualidad después de años y años sin acordarnos de hacerlo. Pero ofrecía gran interés, primero por la fama que precedía al autor, último enfant terrible de las letras francesas, y luego por cierta circunstancia en los personajes retratados (dos hermanastros en plena crisis de los cuarenta), además de, last but not least, por qué no, dado que la novela, de buen precio, finalmente había salido en edición económica.
Salta en seguida a la vista el tratamiento poco convencional de la historia, estructurada a modo de largas confesiones de ambos hermanos, con abundantes incisos de carácter ensayístico sobre los más diversos temas, entre los que predominan el socio-histórico y el científico (física, biología, medicina), mixtura que al parecer se lleva ahora y vende mucho (las novelas filosóficas de Jostein Gaardner).
      A través de la ajetreada peripecia de los protagonistas, la novela plasma una voluntad clara, quizá prevalente, de explicar la historia francesa reciente, con la poderosa influencia norteamericana muy presente; adviértense además intenciones visionarias, tratando de prefigurar un porvenir distópico, a lo Huxley. El oficio de escritor es notable desde la primera página, si bien pueden ponerse algunas pegas al estilo (¿acaso a la traducción?), algo descuidado y poco unitario, debido a las continuas digresiones e interpolaciones. Pero el dibujo de personajes, ambientes, paisajes, situaciones, sin incurrir demasiado en el lugar común, revela a un escritor sobrado de recursos, de vasta cultura  y muy al día en una gran variedad de temas, aunque opinando con exceso de simplismo en ocasiones.
         Pero, cuidado, las digresiones científicas, en algunos casos diríanse recopiladas para expertos en la materia; ni el propio autor parece saber muy bien de qué demonios está hablando, como si la labor de documentación le hubiese resultado en exceso onerosa, desbordando su capacidad de asimilación y de integración, y sobre todo pasando por alto la posibilidad de una siempre agradecida explicitación, por parte del generoso autor, para el lector poco versado en tan arduos asuntos.
        Como los críticos afirman en la contraportada, se trata de una obra rompedora, políticamente incorrecta y nihilista. Yo matizaría que estética e intelectualmente sórdida, y profundamente cínica, como quizá deba serlo toda gran novela del siglo XX, pero más al estilo criticado por Sloterdijk en su Crítica de la razón cínica que al más estéticamente experimental de Joyce en el Ulises. La burguesía media o media alta, como es de rigor, no sale en nada bien parada. Uno de los hermanos, Michel Djerzinski, es una especie de científico con aureola mística, célibe, profeta de una nueva genética, de la eugenesia que nos espera, según promete el autor al final de la novela, y que prosigue en la línea de Un mundo feliz, obra ampliamente citada y comentada por Houellebecq. El otro hermano, Bruno Clement, es un pintoresco profesor de secundaria, onanista despiadado, perfecto obseso sexual cuyas frecuentes y pormenorizadamente descritas andanzas sexuales, pura pornografía, acaban empachando y causando hasta repelús.
      ¡Tres de las novias de uno y otro terminan por suicidarse! El libro es a un tiempo misógino y todo lo contrario. Esto no queda muy claro, pero la tendencia del autor es a manifestarse con cierta crueldad acerca de las mujeres, con el tema omnipresente del envejecimiento, la degradación puramente carnal de la edad que a ellas tanto les afecta: no, las devasta. Ambos hermanos, con todo, resultan cercanos, o atractivos, por su inteligencia y desgraciada peripecia vital, que parece tener su origen en la infancia. Hijos de diferente padre, pasaron todo el tiempo en internados donde fueron vejados y humillados por compañeros y profesores; en esa etapa apenas tuvieron relación con sus padres, sobre todo con la madre, especie de hippy desnortada que no ahorraba ocasión de dejarlos al cargo de las respectivas abuelas, y cuyo personaje dará pie a un largo análisis sobre el movimiento juvenil de los sesenta, con su correspondiente degeneración de toda índole, hasta el satanismo a lo Charles Manson.
        Hay dos trayectorias en la novela, pues, la social, la de Francia, desde finales de los cincuenta hasta el presente, y en paralelo la de los dos hermanos, quienes a nosotros nos ha dado por pensar que pudieran tratarse de meros trasuntos del propio autor, ofreciendo las dos caras del mismo: una, libertina y nihilista, y la otra aplicada y espiritual. Un comentario propio sobre la actual Francia retratada: se la ve a años luz de este país, tan avanzada y chulesca, tan por delante de nosotros, meros provincianos periféricos. La liberación sexual, la moral relajada, la falta de respeto a las normas y convenciones, ¡a los mayores!, la desvergüenza absoluta, ya digo, con que son tratados temas delicados como la familia, la religión, el racismo; el hedonismo a ultranza, en fin, buscado por y en sí mismo, sin qué ni para qué. La hipercivilizada Francia (o, más bien, la ciudad de París), buque insignia de todo lo que signifique moda y cultura europeas, se presenta como descarnadamente de vuelta de todo, aunque a la postre la visión de conjunto, insistimos, deja sensación un poco de vértigo obsceno, y hasta de repugnancia.
      En resumen, libro quizá en exceso ambicioso, con aspiraciones claras de novela total, de estar a la ultimísima, muy francés por su afán de épater le bourgeois, pero exhibiendo gran número de puntos de vista bastante discutibles y confusos. Podría decirse que hay demasiadas cosas en ella, pero uno curiosamente se queda sin saber si le sobran o le faltan páginas; si hay demasiados hilos o si es que éstos no se han rematado convenientemente. Lo que más se echa de ver, como decimos, para el lector hispano, el cinismo de alto voltaje posmoderno. Se ve mejor descrito lo interno que lo externo de los personajes. Apenas hacen nada –pero, ¿quién hace algo más allá de la demoledora rutina cotidiana?–, y por lo tanto en la novela prevalece el elemento intelectual, incluso el ético, la etopeya, a costa de la estética, del estilo, la idónea pincelada costumbrista, la magia literaria, lo cual probablemente no suponga una crítica del todo acertada de lo que es una novela, que uno se imagina que conviene se reduzca precisamente a eso, pero trátase de una crítica en boca de cuentista empedernido.




© José L. Fernández Arellano, mayo 2003

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